miércoles, 9 de abril de 2025

Hitos del cine "malote": Troll 2 (1990. Floyd, estooo... Fragasso) o "Mamá, el espíritu del abuelo me ha regalado un cóctel Molotov"

Troll 2 constituye una leyenda dentro del cine “malote”, el que te arregla el día haciéndote reír aunque no fuera la intención original de la obra. Especialmente por eso, porque la fusión del bajo presupuesto con guiones estrafalarios, provoca en ciertas películas una concatenación de situaciones absurdas, para jolgorio del público. Especialmente en una época, la de los 80-90, en la que creadores de países como Italia trataban de introducirse en el lucrativo mercado del formato doméstico. Muchas veces colocando una serie de trampas, como poner títulos que trataban de engañar al posible espectador, lo que aún provoca más hilaridad a día de hoy. En este contexto la historia que voy a presentarles aquí vuela muy, muy alto. 


La cosa comienza estupéndamente, con una "ninfa" con pecas pintada con rotulador y con un tipo que ingiere un potaje verde que, afortunadamente, va a estar presente durante toda la peli.

Enseguida descubriremos que el abuelo le está contando al niño la historia al estilo de "La princesa prometida". Pero "en mejor" porque en realidad es un espíritu, a veces tiene muy mala leche y sus poderes, como veremos, son totalmente aleatorios.

Por supuesto, se realiza el viejo truqui de intentar hacer pasar una producción foránea a los Estados Unidos como hollywoodiense. O algo así, de modo que la atmósfera es raruna. El objetivo era lograr espacio en los videoclubes de todo el mundo con rodajes en inglés. Más o menos, porque en este caso, aunque los actores son estadounidenses (de un pueblito de Utah para ser más exactos) el proyecto partía de mi amada, también por esto, Italia. De modo que el guion lo escribieron los excelsos Claudio Fragasso y su compinche-esposa Rossella Drudi… en un inglés que el reparto avisaba que no tenía ningún parecido con el modo en el que la gente real habla. Evidentemente los creadores no hicieron ni puñetero caso a las sugerencias de cambios en los diálogos. Menudos son ellos. Estaban haciendo ARTE y cuatro autóctonos mataos no iban a impedírselo.

 

La cara del niño ante las chorradas que le hace decir el guion. Pero ¿para qué engañarnos? lo tontuno de las conversaciones es uno de los puntos fuertes de la película. Una escena muy recordada es cuando el personaje de su hermana le da un rodillazo al novio mientras le dice "guárdate tus instintos para el baño".  

 

En obras de estas características y que adquieren cierto estatus de culto, habitualmente el enfoque de los autores se divide en dos. Están los que reconocen que estaban realizando productos alimenticios y oye, pues qué bien que hayan encontrado una segunda vida haciendo felices a personas vía carcajadas; mientras que otros se ponen estupendos señalando que en realidad son filmes muy profundos que no fueron bien entendidos en su momento. Adivinen a qué grupo pertenecen nuestros queridos Claudio y Rossella. Exacto, han acertado. Ahora aún es más “risas” escucharlos decir que Troll 2 habla de valores importantes como la unión familiar, que es una película “comparable a las de Bogart con Bacall” [sic] o que incide en problemáticas importantes como la de la alimentación. Esto último es especialmente bueno, ahora lo verán.

 

Fragasso y Drudi explicando donde tienen el "buzón de sugerencias". Estos dos firmaron el guion como Drake Floyd. Me parece un nombre muy guay para un personaje de "La llamada de Cthulhu". En el excelente documental "Best Worst Movie" (2009 dirigido por Michael Stephenson, el niño de la peli) también se ve lo peculiares que, en ocasiones, son las convenciones de Ciencia ficción y terror. En esto es así mismo recomendable la peli "Galaxy Quest" (Parisot, 1999).


Resulta que por muy auteurs que se nos pongan los miembros de la pareja, Drudi ha reconocido que, una de las principales inspiraciones para su guion, es que tenía por la época colegas a los que les dio por hacerse vegetarianos y eso la cabreaba un montón. Es que menudos sinvergüenzas de amigos, cambiaron el chuletón por el hummus y así las fiestas son una rollo, parece que pensó la perpetradora. De este modo tiró de uno de los motores que mueve el mundo, la inquina, y se dedicó con el texto a “trolear” (je je) a los amigos. Por eso en la película los malos son vegetarianos y están tratando todo el metraje que la familia protagonista se zampe alimentos, de un poco apetitoso verde fosforito, que los convierta en plantas a devorar. Desde luego una historia a la altura de Ciudadano Kane, no me digan que no. Una de las valiosas lecciones que se puede extraer del gozoso visionado del film es que si te vas de airbnb mejor llévate un bocata doble de mortadela, nunca se sabe. Además la fruta puede matarte. Gran peli de miedo, sobre todo para un nutricionista.

 

En el pueblo, llamado "Nilbog" (es decir, "Goblin" al revés, que es como se iba a llamar inicialmente la peli) solo se leen libros de cocina vegetariana. Allí es que son muy amantes de la hierba, incluso de fumársela, pues el actor que interpreta al dueño de la tienda de alimentación ha reconocido que en aquella época le daba a la marihuana pero bien y que no sabía exactamente donde se encontraba. Su personaje (o él mismo) es un tanto inquietante.Soy un ferviente defensor de la legalización, pero he de decir que si estás todo el día fumando porros... no me extraña que te encuentres un tanto confundido.  

 

Los habitantes de Nilbog, incluido el sheriff, están todo el rato ofreciendo comida asquerosa a los protagonistas. En este caso el agente se saca un sandwich del bolsillo que tiene pinta de estar florecido. Yo no lo tocaría ni con un palo, pero el lumbreras este se lo come.

Más escenas que nos dan alegrías alimenticias. En esta el abuelo detiene el tiempo (uno de sus poderes "porque sí") y técnicamente se resuelve diciéndoles a los actores que se estén quietecicos. Por supuesto canta por bulerías.

En efecto la cinta es un gran troleo, lo que convierte el título en especialmente adecuado, pero no se hiló tan fino. La verdadera motivación fue que delinc… digo productores bastante fogueados en el equívoco, como el también italiano Joe D'Amato, buscaban con los nombres hacer creer a los incautos que sus películas tenían que ver con otras que habían tenido éxito, especialmente grandes franquicias como Alien o Terminator, de modo que era habitual ver carátulas italianas en las que añadían un número al nombre famoso y a correr. De modo que llegabas al videoclub, veías un “T2” encima de un tipo que se parecía a Schwarzenegger y levantabas una ceja. A veces picabas y a veces no, o lo hacía tu tío. Y cada vez que sucedía unas monedicas caían en la residencia de Fragasso, lo que le permitía continuar con su importante labor artística. El director fue un profuso explorador de este alegre submundo cultural, en unas cuantas ocasiones junto a otro que tal, el inconmensurable Bruno Mattei. De modo que estas fuerzas de la naturaleza nos han hecho regalos de valor incalculable como Robowar (una alegre mezcla entre Terminator y Depredador), precisamente T2 (que en realidad es más copia, quiero decir homenaje, de Aliens) o Virus (así mismo en subido al carro xenomórfico). Por supuesto no puedo dejar de recomendar tan magnas obras, fuentes inagotables de alegrías. Entre otras muchas que sería demasiado extenso desgranar aquí, porque esta gente más que en productoras parecía que trabajaban en una churrería.

 

Troll 1 también es una peli bastante recomendable. Entre otras cosas porque se rodó en Italia y al personaje del padre, que por cierto se llama Harry Potter, le encasquetaron un gorro del Betis. El hijo también se llama Harry Potter y se convierte en mago. Casualidad, ¿eh J. K?


Aunque se suele señalar que Troll 2 se llama así para aprovechar el tirón de Troll (verdad) y que no tienen nada que ver, esto es matizable. Viendo ambas da la sensación de que Fragasso y Drudi tomaron algunas ideas, pues en ambas las fuerzas del "mal" provocan chungas transformaciones en vegetales a sus enemigos. Por lo demás y esto es habitual en el cine "malote", ambas películas están muy descompensadas, con escenas malrolleras alternadas con otras de chistes tontorrones.
De hecho esta escena de transformación nos habla mucho de la labor de Fragasso como director de actores. Cuando el chaval de la maceta se empezó a quejar de que llevaba muchas horas  ahí de pie... el director solucionó el problema tapándole la boca con atrezzo.
  

 

Hay que reconocer que la 1  tiene escenas enormemente brillantes, como cuando el Troll malvado persigue a un "flipao" de las armas.

 

En fin, si tenían alguna duda de si hay que ver Troll 2, espero que este artículo les haya servido para disiparla. Y es que en parte, el éxito progresivo de estos productos tiene que ver con el hecho de que la vida tiene sus cosas tristes, pero también luminosas. Entre ellas juntarte con gente querida y pasarlo bien. Por eso este cine se ve con cariño y por eso gente como Fragasso, Drudi, Mattei o Fulci, nos acaban pareciendo entrañables, pese a que en el caso de Claudio, siga intentando venderci la motocicletta. Pero bueno, así es aún más divertido. 

 

La verdad es que lo del abuelo muerto es muy bueno, porque resuelve las crisis de manera "random": lo mismo le regala al chaval un cóctel molotov, que se pone a repartir hachazos o se tiene que ir a las 6 por motivos que nadie explica. A veces incluso se equivoca de espejo por el que salir, pero es que eso del teseracto es un lío. Que se lo pregunten a Nolan.

La encargada de efectos especiales y casi la única que sabía tanto italiano como inglés era Laura Gemser, colega de Fragasso y protagonista de Black Emmanuelle. Qué cosas.

Otra de las alegrías de la peli: nos encontramos con el ¿doble? de J. D. Vance haciendo de vegetariano (Ciencia ficción) con muy mala leche (realista). Aquí echándole la bronca a unos sucios europeos gorrones. En realidad unos cuantos miembros del reparto son mormones (ya se sabe, Utah) lo que no hace sino mejorar las múltiples derivadas de este "lokurón".


No lo hagas. No, no, ¡nooooooooooo! Por cierto, me encanta el cacharro ese de decoración con patitos. Muy de lista de boda de antes. 

 Hasta luego forasteros. Ya saben, este pueblo es muy tranquilo y queremos que siga así.

 


 REPARTO:

 

Michael Stephenson (Joshua Waits)

George Hardy (Michael Waits)

Margo Prey (Diana Waits)

Connie McFarland (Holly Waits)

Robert Ormsby (abuelo Seth)

Jason Wright (Elliot Cooper) 

Darren Ewing (Arnold)

Jason Steadman (Drew)

David McConnell (Brent)

Gary Carlston (Sheriff Gene Freak)

Mike Hamill (Bells)

Don Packard (Sandy Mahar)

Christina Reynolds (Cindy)

 

Este artículo está bajo licencia Creative Commons (se puede compartir sin problema atribuyendo la autoría y sin realizar modificaciones).

This work is licensed under CC BY-ND 4.0


Todo nuestro contenido es libre o acaba siéndolo. Si quieres colaborar con nuestro proyecto puedes invitarnos a un cafecico en el siguiente enlace. El café es una droga muy aceptada por el capitalismo para generar plusvalía desde las cinco de la mañana. Eso es "meh". Pero también sirve para estar despierto si te persigue Lady Terminator para liquidarte. Y eso es "waper".

https://ko-fi.com/podcaliptusbonbon

 

 

ENLACES RELACIONADOS CON EL ARTÍCULO

 

―Documental "Best Worst Movie". Completo en archive.org:

 https://archive.org/details/bestworstmovie/Best+Worst+Movie.mkv

 

―Pódcast sobre "Troll 2":

https://www.ivoox.com/11-x-28-cine-malote-troll-2-floyd-audios-mp3_rf_144542316_1.html

 

LIBRO RECOMENDADO POR BLOGCALIPTUS PORQUE "MOLA ARMA DE CLÉRIGO". ES DECIR, "MAZO"  

 


 


 

 

domingo, 30 de marzo de 2025

EL TESORO DE LAS MEIGAS (Pablo A. García)

 

La motocicleta entró en la aldea rugiendo como un lobo wargo.

 

Con todo el desprecio de quien se sabe una máquina superior, dio varias vueltas alrededor del cruceiro, dejando a su paso varias hendiduras en la tierra embarrada. Por último derrapó a mis pies y me salpicó de fango hasta las rodillas.

 

Era una Zündapp KS 750, esbelta y poderosa y equipada con un sidecar en el que iba acoplada una ametralladora MG 42. La Zündapp era la motocicleta más usada por el ejército alemán, y la favorita del general Oskar von Stroot.

 

El oficial nazi no llevaba acompañante. Cogió un bastón de mando de madera negra y pomo metálico que llevaba en el sidecar, y bajó de la moto. Se acercó al crucero que daba nombre a la aldea —O Cruceiro— y se quedó mirándolo. La cruz de piedra tenía la particularidad de que no estaba situada en un cruce de caminos, sino en una explanada irregular. Por lo demás, no tenía nada de especial; no era ninguna ruina medieval perfumada por la nostalgia, sino una sencilla plataforma escalonada con un pilar octogonal en el centro. Sobre el capitel había una cruz con la cara de Cristo toscamente esculpida en un lado, y el padecimiento de la Virgen reflejado en el otro.

 

"Cruceiro de La Parda" (Alfredo Souto, 1903) Dominio Público.


 El general se puso a trazar surcos con el bastón en el barro a los pies de la plataforma. Mientras lo hacía, un camión Opel Blitz lleno de soldados germanos se detuvo a la entrada de la plaza. Cuando terminó y se echó a un lado, vi que el oficial había dibujado en el suelo una esvástica de cuatro brazos.

 

Von Stroot se giró hacia mí y mostró una sonrisa cruel y poblada de dientes amarillos. Llevaba el pelo muy corto en los lados y más largo en la parte de arriba. Yo nunca había visto una cara tan chupada y cadavérica como la suya en una persona viva. Aparentaba sesenta años, aunque en realidad no llegaba a los cuarenta y cinco. Su rostro estaba tan intensamente afilado que parecía el hocico de un zorro que se había transformado en humano.

 

¡Heil Hitler! —dijo von Stroot alzando la palma derecha.

Heil —respondí automáticamente.

 

Unos minutos antes hubiera jurado que nada en el mundo podría romper la resistencia de mis cuerdas vocales a decir aquello. Pero ese era el efecto que von Stroot ejercía sobre la gente. Se decía de él que era el brazo derecho de Himmler y que, cuando estaba en el frente, se dedicaba a limpiar las áreas minadas poniendo a la población judía a caminar hasta que explotaban.

 

Bienvenido a O Cruceiro, general. Me informaron de su llegada pero no del motivo. ¿Está aquí para seguir de cerca el estado de las minas de wolframio? ¿O de las rutas de la costa? —Von Stroot negó dos veces con la cabeza—. ¿Supervisión de las redes de espionaje?

 

Hacía dos años, en 1940, el general Franco había permitido a los soldados del Tercer Reich ubicar varias bases de radionavegación en distintas comarcas de Galicia. Se utilizaban para localizar submarinos, barcos y aviones en el Atlántico.

 

El oficial nazi volvió a menear la cabeza.

 

Ah, ya sé. Viene a buscar pruebas de la supremacía de la raza aria. ¿No es así?

Oskar von Stroot me soltó un bofetón.

La supremacía de la raza aria se demuestra por sí misma —dijo—. No hay más que ver a ese atajo de bestias.

 

Se refería a los casi cincuenta hombres y mujeres reunidos en la explanada al otro lado del cruceiro. Eran los habitantes de la aldea. La mayoría iban vestidos con simples retazos de tela y tenían la mirada devastada. Algunas mujeres llevaban a sus hijos pequeños en brazos. Los muchachos más jóvenes eran poco más que adolescentes con una línea de vello incipiente sobre el labio. No había chicas jóvenes. Se habían esfumado de la aldea antes de mi llegada. Al menos, eso era lo que afirmaban los aldeanos, y las batidas de los soldados bajo mi mando en su búsqueda todavía no habían dado con ellas.

 

"Praza da Leña" (Pontevedra). 1915 por Joaquín Pintos. Presumible Dominio Público.

 

Von Stroot hizo un gesto al camión Opel Blitz aparcado a la entrada de la plaza y sus soldados se unieron a los míos con las armas en alto. Un sargento alemán de pura cepa, con ojos azules, cabello rubio y bien alimentado, se adelantó e intercambió unas palabras secretas con von Stroot. Después el sargento echó a andar hacia los aldeanos.

 

Vaya con él —me ordenó el general.

Obedecí. Nos detuvimos delante de los campesinos y el sargento se puso a examinar con la mirada a cada hombre, mujer y muchacho. Finalmente, señaló a un anciano de largos cabellos grises que apenas se tenía de pie.

Vamos, venerable viejecito, acércate —dijo el sargento en perfecto alemán sin importarle que el viejo no entendiese ni media palabra. Por el rabillo del ojo vi cómo se llevaba la mano a la culata de la pistola Luger P08 que le colgaba del cinto—. Ven y pórtate como un hombre, pedazo de bestia estúpida, peluda y fea.

 

El anciano reaccionó a los gestos que le hacía el sargento y caminó hacia nosotros con aire somnoliento. Estaba ya a la altura del cruceiro, con la boca hundida en el cuello de su gabán remendado, cuando la Luger retumbó con estruendo en el húmedo aire de la mañana. 

 

Las rodillas se le doblaron perezosamente, como si la artrosis opusiese resistencia, y el anciano se desplomó en el suelo boca arriba. Una mancha oscura comenzó a crecer en su pecho, donde segundos antes latía un corazón.

 

Una mujer aulló, y su aullido sonó como una súplica de venganza en el silencio que reinaba en la plaza.

 

Para hacer la invocación tenemos que quemar el pelo y las uñas recién cortadas de un muerto —masculló el sargento mientras profanaba el cadáver con una navaja de afeitar.

 

¿Invocación? No tenía ni idea de qué demonios me estaba hablando. Volví junto al general von Stroot y le pedí explicaciones, pero lo único que me dijo fue:

 

Quédese a ver el ritual, cabo primero Gausgofer. Así podrá informar al vicecónsul de primera mano.

 

Aquello sonaba condenadamente mal. No quería formar parte de ello ni permanecer cerca de von Stroot ni un segundo más. «Si huele a mierda deja que pisen otros primero», pensé.

 

Prefiero mantenerme al margen, señor —dije.

No era una sugerencia, sino una orden —zanjó von Stroot.

 

 

Zündapp KS750. Presumible Dominio Público.



***



El crucero es un occultum, un lugar de culto mágico. En realidad marca un cruce de corrientes telúricas. Con el amuleto adecuado podemos desatar el mysterium que guarda.

 

Cuando Von Stroot terminó de decir aquello, alzó el bastón de mando que había sacado del sidecar y lo sostuvo delante de mis ojos. El pomo terminaba en una mano metálica cerrada formando un puño amenazante, con el pulgar entre los dedos índice y corazón.

 

El puño es el amuleto. Está todo explicado en el Libro de San Cipriano. —El sargento nazi se acercó al sidecar, cogió una mochila bandolera y me mostró un desgastado libro encuadernado en piel que había dentro. Mientras hablaba, sus repugnantes dientes amarillos asomaban en una sonrisa de maníaco—. El investigador de lo oculto Peter Missler Ojarak descubrió que el libro ofrece una lista de tesoros escondidos por los romanos en estas tierras y los meigallos, o sea rituales, para desvelarlos. También las fechas mágicas más importantes. Esta noche es una de ellas, señala la mitad más oscura del año.

 

Había oído hablar a los aldeanos de la festividad que celebraban esa noche. Ellos la llamaban samaín. Esa parte del relato de von Stroot era cierta, pero todo lo demás que me había contado no tenía ningún sentido para mí.

 

Mientras oía hablar al siniestro oficial me atormentaban dos sensaciones muy distintas. Por un lado, me moría de ganas de atizarle en la cara con cadenas oxidadas. Al mismo tiempo, tenía un miedo paralizante metido en el culo. No porque creyera en aquellas supersticiones paganas, sino porque la ciega convicción del general parecía peligrosa. Era un fanático sin escrúpulos y nada bueno podía salir de él.

 

Desde que tengo memoria siempre quise ser un Inmortal —dijo von Stroot, confirmándome de un plumazo su falta de cordura—. Y mi hora por fin ha llegado. Porque no te confundas, Gausgofer, los tesoros de los que estoy hablando no son joyas, ni oro, ni diamantes. Son poderes sobrehumanos que a nuestro servicio se convertirán en las armas definitivas para conquistar Europa. —Hizo una pausa antes de añadir—: Y, con el tiempo, el resto del mundo.

 

 



Círculo mágico en manuscrito del s. XV. Dominio Público vía Universidad de Cambridge

***

El ritual dio comienzo. 

 

Bajo la intensa luz de la luna llena, dos soldados de von Stroot, dirigidos por el sargento homicida, encendieron una hoguera a los pies del cruceiro. Usaron leña fina y seca de roble, que los autóctonos llamaban carballo. Era un árbol sagrado para ellos.

 

Mientras se llevaba a cabo la ceremonia, no dejé de preguntarme por qué los aldeanos seguían tan aborregados. Se habían arrodillado en el suelo enlodazado de la plaza sin que nadie se lo hubiese ordenado. Estaban muy juntos, con las manos unidas y las cabezas inclinadas, en actitud orante. ¿A qué esperaban para plantarnos cara? Era cierto que tanto mis soldados como los de von Stroot los apuntaban con fusiles y ametralladoras, pero aun así tanta docilidad resultaba desconcertante. Había pensado que en cualquier momento huirían en estampida, pero el olor de la sangre del anciano muerto y mutilado que tenían delante, lejos de despertarlos, parecía haberlos sumido todavía más en su letargo.

 

Von Stoot fue echando varios ingredientes a la hoguera, a cada cual más insólito. Añadió una mezcla de hinojo, helecho, artemisa, romero y otras hierbas, y después un puñado de harina llena de hormigas. Por último, arrojó a las llamas el cadáver de un lobo —que sacó del sidecar de la moto con la ayuda del sargento—, un trozo de pan de maíz, ortigas y el pelo y las uñas del viejo asesinado.

 

Auga, fogo, terra e aire; mouchos, coruxas, sapos e bruxas —comenzó a recitar von Stroot en el idioma local, acercando el bastón a las llamas—. Demos, trasnos e diaños; espíritos das neboadas veigas, corvos, pintegas e meigas

 

Al mismo tiempo, los aldeanos entonaron un cántico conjunto, grave y profundo. Vocalizaban con las cabezas temblorosas y las manos agitadas.

 

Von Stroot siguió adelante salmodiando un galimatías del que reconocí algunas palabras como «hechizos», «Belcebú» y «cuerpos mutilados». Me di cuenta de que los soldados estaban tan tensos como yo mismo. Sólo el sargento de pedigrí cien por cien alemán —el asesino de la Luger— sonreía con entusiasmo.

 

Entonces sobrevino un silencio total y poco natural, tan cortante y estremecedor como el chirrido de la hoja de un cuchillo al pasarla por la piedra de afilar. Los aldeanos se encorvaron aún más, clavaron las manos en el barro y enmudecieron. Por la cara de von Stroot fue resbalando una mueca de decepción que encubrió la demente exaltación que lo dominaba unos segundos antes.

 

Al constatar que no sucedía nada, los soldados dejaron escapar un suspiro conjunto al que me uní sin molestarme en disimular.

 

"The Magic Circle" (John William Waterhouse, 1886). Dominio Público.

 

Un coro de mugidos, balidos, berridos y otros bramidos animalescos rompió el silencio de pronto, retumbando por toda la aldea. Y acto seguido la tierra comenzó a temblar bajo mis pies. Von Stroot abrió mucho sus ojos de hielo y ceniza gris. Parecía un profeta ante la revelación que lleva esperando toda su vida. El sargento, a su lado, torció la boca en una sonrisa macabra.

 

Las sacudidas del suelo se concentraron en la base del cruceiro. Y de repente, lo impensable sucedió: el monumento religioso inició un movimiento retráctil, como si de un mecanismo de relojería se tratase, y se hundió bajo tierra. En el hueco que quedó al descubierto aparecieron unos escalones hacia el subsuelo, idénticos a los de una pirámide invertida.

 

Von Stroot y el sargento escogieron ese momento para apropiarse de mi lema «si huele a mierda deja que pisen otros primero», y decidieron que yo era el mejor candidato para aventurarse escaleras abajo. No me lo pidieron amablemente, sino haciéndome notar la Luger en las vértebras.

 

Descendí paso a paso, con una linterna en la mano y una docena de arcadas de pánico en la garganta. A dos metros bajo tierra encontré lo que no estaba buscando y para nada esperaba, como casi siempre ocurre: las jóvenes de la aldea —las muchachas desaparecidas antes de mi llegada— estaban escondidas allí abajo. Eran siete. Se hallaban tumbadas en el suelo subterráneo con los brazos cruzados sobre el pecho. Iban vestidas como las campesinas que eran y parecían dormidas o muertas, o vampiresas en estado de letargo.

 

Quise huir muy deprisa, como si me persiguieran mil enemigos.

 

Son fléridas, también llamadas lamias. Simples criaturas asustaniños. No hay nada que temer —dijo von Stroot a mi espalda. 

 

Algo me dijo que se equivocaba y que nunca había estado más errado en su vida. Yo había oído hablar de aquellos seres en las leyendas locales. Los aldeanos las llamaban meigas y les atribuían poderes malignos fruto de pactos demoníacos. Conocía el idioma y las tradiciones de estas tierras porque mi madre era una gallega casada con un alemán, mi padre. Por eso me habían elegido para esa misión, y por eso sentía cierta misericordia hacia esas pobres gentes.

 

Las muchachas abrieron los ojos y un resplandor bermellón centelleó en ellos. El fulgor era intenso y vivo como los pétalos de una rosa roja, y exigente y cruel como una diosa vengativa.

 

Di media vuelta y corrí escaleras arrriba como si de repente me hubiera dado cuenta de que estaba pisando brasas encendidas. Llegué a la superficie precedido de von Stroot y el sargento psicópata. El suelo retumbó y se estremeció de nuevo, agrietándose en varios puntos a lo largo de la plaza. De la boca de la hendidura salieron disparadas las siete jóvenes y se pusieron a volar en círculos alrededor de nosotros. Sus cuerpos no eran del todo opacos sino ligeramente translúcidos, y estaban envueltos en una neblina blanca-azulada con reflejos irisados.

 

Definitivamente eran meigas, brujas asesinas con poderes obtenidos de los diablos. No sé si fue el maleficio llevado a cabo por von Stroot lo que las invocó, o los rezos y cánticos de los aldeanos reunidos en la plaza. De lo que no me cupo duda fue de que habían salido de bajo tierra para aniquilarnos. Habíamos desatado una gran arma, pero el arma se había vuelto contra nosotros. Era como abrir la caja de Pandora y que todos los males del mundo te estallasen en la cara.

¡Por el poder que nos ha concedido la mano de la diosa anciana Ataegina, la Madre Primigenia y la Meiga Mayor —dijo una de ellas desde el aire—, disponeos a morir! ¡Es tiempo de matanza!

Sí, acabemos con ellos de una vez —gritó otra—. Y luego celebrémoslo comiendo castañas cocidas con pan de maíz y vino tinto. ¡Que para algo estamos en otoño!

¡Eso! —se mostró de acuerdo una tercera meiga—. Y de postre un traguito o dos de aguardiente tostada.

 

Se rieron con ecos estridentes. Y se lanzaron al ataque. Dos de ellas agarraron al soldado que tenían más cerca por cada brazo y otras dos por las piernas, y separaron del cuerpo las cuatro extremidades a la vez. El desmembramiento produjo el mismo sonido de chapoteo de una bota al pisar un charco de lodo. Al mismo tiempo, las tres meigas restantes se dedicaron a arrancar las entrañas de los demás soldados, huidos en espantada. Algunos les dispararon para defenderse, pero las balas las atravesaban como a humo. Uno de los soldados fue incendiado vivo y no paraba de aullar en el barro, donde estaba semienterrado.

 

"Vuelo de brujas" (Francisco de Goya, 1797). Dominio Público.
 

 

Gato muerto no maúlla —dijo una de las meigas tras perforarle el pecho con la mano desnuda y arrancarle el corazón de cuajo.

¡Carallo! —gritó otra cuando la cabeza de un soldado que tenía entre las manos reventó en una confusión viscosa de piel, sangre, hueso, carne y pelo.

 

Ahora los hombres, las mujeres y los muchachos de la aldea estaban de pie, observando la masacre con aire distante. En sus ojos no había ni sorpresa ni miedo. Parecía como si simplemente estuvieran constatando un hecho tiempo atrás anunciado y, por lo tanto, esperado.

 

¡Chúpate esa, cara de cabestro! —se vanaglorió otra meiga tras subirse al sidecar de la moto de von Stroot y disparar la ametralladora contra un soldado joven, haciéndolo trizas.

 

A continuación la meiga se subió a la motocicleta, la arrancó y comenzó a perseguir a von Stroot, que corría como un endemoniado. La moto le dio alcance y le pasó por encima. La meiga atropelló al general nazi varias veces más hasta que dejó su cuerpo lleno de surcos de ruedas sobre la ropa enrojecida de sangre.

 

En ese preciso momento el cuerpo carbonizado del sargento homicida cayó a mis pies sin cabeza. Reculé hacia atrás, tropecé con algo hundido en el barro —¡la cabeza del sargento!— y trastabillé.

 

Poco a poco los alaridos de los soldados que aún quedaban con vida se fueron apagando. Yo me había caído de culo en medio de la plaza y allí me había quedado, incapaz de reaccionar. Las siete meigas se acercaron a mí, descendieron al suelo y me rodearon. Una de ellas se adelantó a las demás.

 

Sólo quedas tú, cabo primero Gausgofer. ¿Qué vamos a hacer contigo? —susurró con una voz desnaturalizada y la mirada roja y ardiente—. Eres un nazi, eso está claro. Pero, ¿eres un nazi bueno o uno malo? Pensémoslo detenidamente, porque la pregunta tiene tela.

¿Acaso existen los nazis buenos? —dijo otra meiga, poniéndose a su lado.

Yo… sólo cumplía órdenes —balbuceé.

Oh, sí, claro. Lo juras por tu picha, ¿verdad? Pero eso es lo que dicen todos, ¿no es así?

Lo último que oí antes de empezar a caer, y caer, y seguir cayendo en esta negrura rojiza y abrasadora que no tiene fin, fue:

Lo siento, Gausgofer, pero la decisión es unánime: el único nazi bueno es el nazi muerto.

 

 

© P. A. García, 2024.

https://pagarcia.es/

 

***

LIBROS RECOMENDADOS PORQUE MOLAN "ARMA DE CLÉRIGO". ES DECIR, "MAZO"