La Ciencia ficción es un género, no una temática. No es que trate "del futuro", "de los extraterrestres", o "de viajes en el tiempo". Lo que hace es especular sobre algo que no ha sucedido pero que científicamente, o —menos señalado— políticamente, es plausible. Ese universo paralelo ni siquiera tiene que suceder en tiempos venideros, sino que el autor puede plantearlo como ocurrido en el pasado o coincidente con el presente. Y a partir de ahí los temas son de lo más diverso, como en cualquier género, con una salvedad: en al menos uno de ellos, el de plantear amenazas reales que pueden acabar con la humanidad —por la posibilidad de un carácter especulativo desde la verosimilitud— la Ciencia ficción es especialmente potente. En este ámbito, una de las obras mejor realizadas y efectivas en los últimos años —tanto en fondo como en forma— viene de la vecina Francia: la serie El colapso (L'Effondrement, 2019).
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Cartel de la versión española |
Vivimos en un mundo con infinitud de peligros para nuestras vidas, algo que ha sucedido desde que el ser humano comenzó su existencia, hace aproximadamente un par de millones de años. Con la particularidad actual de que, si antes la posibilidad de extinción venía derivada de —como para cualquier otra criatura— un fallo adaptativo en relación al entorno ecológico, ahora el principal problema de nuestra especie radica en un desarrollo tecnológico enfocado de tal manera, que sea éste el que lleve a un entorno incompatible con nuestra supervivencia. Recalco, con la nuestra. El planeta seguirá ahí hasta su explosivo encuentro con el sol, pero los bípedos que vamos en coche a todos sitios, si no cambiamos unas cuantas cosas de nuestra economía, nos vamos al garete. Para indiferencia de otros seres como las cucarachas o —expuesto en el clásico conjunto de relatos de Ciencia ficción Ciudad (City. Simak, 1952)— las hormigas.
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En Ciudad la figura del ser humano, hace tiempo desaparecido, es tema de especulación para otros animales. |
En este contexto narrativo nuestro querido género ha tenido mucho que decir. Incluso antes del oficial nacimiento del movimiento ecologista divulgativo con el ensayo La primavera silenciosa (Silent Spring. Carson, 1962), la Ciencia ficción viene avisando, acompañada de la investigación científica, del potencial desastre ecológico al que nos encaminamos vía esquilmación de recursos naturales, actividades que incrementan la contaminación atmosférica y otros comportamientos, promovidos por un sistema que hace creer que el estándar de la comodidad es que alguien te traiga a casa, transportada en furgoneta, una carcasa para el teléfono móvil. Autores como Frederik Pohl y Cyril Kornbluth con su compartida Mercaderes del espacio (1953), vienen avisando de los peligros de esta estructura social desde, nada más y nada menos, que los años cincuenta. Tradición a la que se sumaran posteriormente, como hitos de la Ciencia ficción político-ecológica, la novela Hagan sitio, hagan sitio (Make room! Make Room! Harry Harrison, 1966), la película Naves misteriosas (Silent Running. Trumbull, 1972), el cómic La cosa del pantano (The Swamp Thing, especialmente en su etapa Moore, 1984-1987), la Trilogía de Marte, iniciada con Marte rojo (Red Mars, Kim Stanley Robinson, 1992), WALL-E (Stanton, 2008) o Interstellar (Nolan, 2014). Todo ello sin salir del ámbito anglosajón y citando una obra relevante por década, lo que demuestra que la Ciencia ficción viene avisando de un posible y cada vez más probable colapso ecológico desde, al menos, hace más de setenta años.
El colapso se suma a esa tradición que nos alerta, pero va más allá, al adscribirse eficazmente a otra temática muy útil, la postapocalíptica, que aborda la precaria situación de los seres humanos en un entorno progresivamente hostil, derivada del hecho de que el hundimiento de la civilización ya se ha producido. Aquí uno de los hitos lo estableció precisamente el francés Pierre Boulle, con su El planeta de los simios (La Planète des singes, 1963) cuya influencia es ampliamente conocida. A la que desde luego se podrían sumar un listado interminable de obras, cuya crudeza describe como el colapso no solo nos llevaría a la extinción, sino que esta se produciría a través de un proceso enormemente doloroso. Y es que el ser humano necesita protecciones sociales, pues de lo contrario, las personas sin escrúpulos se embarcarían en una espiral de violencia por otro lado inútil, pues todos, incluidos los victimarios, se verían arrastrados por ella. Enseguida acuden a la mente ejemplos del tipo de Apocalipsis (The Stand. King, 1978) con un mundo arrasado por un virus, la desoladora Cartas de un hombre muerto (Письма мёртвого человека. Lopushanski, 1987), La carretera (The Road. McCarthy, 2006) o la eficaz Pronto será de noche, por el escritor español Jesús Cañadas (2015). Estas dos últimas ni siquiera ofrecen una causa para la gran crisis: hay diversas amenazas para nuestra frágil sociedad y con que una de ellas triunfe, llegará el caos absoluto. En el ámbito postapocalíptico se encuentra fundamentalmente El colapso, donde a lo largo de ocho capítulos se nos va a narrar el proceso de derrumbe social, que es de lo más rápido, apuntando a que la solidez de nuestras instituciones es cuanto menos precario, otro aviso a navegantes. En el primer capítulo solo han pasado dos días desde la crisis, cuyos efectos se notan casi inmediatamente en los supermercados (ep. 1. Le supermarché), donde hay escasez y —acompañando a esta— especulación. En sucesivos episodios veremos las consecuencias de la crisis en otros ámbitos, como una gasolinera (ep. 2. La Station-service, 5 días tras el colapso), el aeródromo que los ricos utilizan para huir (ep 3. L'Aérodrome, 6 días), una comunidad autogestionada (ep. 4. L'Hameau, 25 días), una central nuclear (ep. 5. La Centrale, 45 días), una residencia de ancianos (ep. 6. La Maison de retraite, 50 días) y una isla, refugio para los privilegiados (ep. 7. L'Île, 170 días). Finalmente, aunque desde algunos foros se ha señalado que la historia no explica el porqué del colapso, esto no es del todo exacto. Un capítulo final, el octavo, cambia el arco temporal para hablarnos de cómo un científico, varios días antes del hundimiento, se cuela en un programa de televisión en directo para anunciar que aquel es inminente. Su explicación, de la que se ríen el resto de contertulios —incluida la ministra de medioambiente— es que el caos será responsabilidad de una crisis ecológica provocada por la actividad antrópica. Su apelación a actuar de inmediato es desatendida, uniéndose así el desenlace con el comienzo de la serie, en un elegante recurso de guion que integra la obra en los dos marcos temáticos señalados: alerta ecológica y postapocalipsis.
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Arriba: El planeta de los simios (versión alemana), uno de los referentes de la Ciencia ficción europea. Abajo: Más ejemplos de la temática postapocalíptica. |
Por otro lado, el ámbito formal de la serie es muy eficaz. Los episodios duran alrededor de los veinte minutos y están rodados en plano secuencia, elementos que logran un ritmo ágil y promover la sensación de tensión en el espectador. Los actores, en un reparto coral, son creíbles y resuelven con soltura las interacciones entre personajes. Estas, derivadas de una situación terminal, generan la tensión adecuada en relación con la historia. Además, aunque el protagonista cambia capítulo a capítulo, algunos individuos aparecen en varios de ellos, reflejando así que las decisiones humanas tienen consecuencias en las demás personas con el paso del tiempo. Basten dos ejemplos aparte del mostrado en la imagen anterior: el policía del segundo episodio, que amenaza con su arma para que le llenen en la gasolinera el depósito del vehículo, es el mismo que aparece en el episodio final para detener a los activistas climáticos; mientras que la política que aparece ridiculizando, en este último capítulo, las tesis ecologistas, es la misma que encontramos desesperada en el séptimo, intentando alcanzar el lugar en el que los ricos se esconden.
Añadido a lo anterior es preciso abordar un elemento de la producción de El colapso escasamente puesto de relieve por la crítica, pero que convierte a la serie en una obra de arte vinculada al mundo real en el que es creada, lo que busca salvar la contradicción entre la relación de un producto de consumo con su discurso político, así como con su esencia artística. Tema ampliamente abordado por las vanguardias artísticas desde comienzos del siglo XX, algo reflejado en los análisis de Walter Benjamin (la obra debe poseer un "aura" que la eleve sobre la técnica) o posicionamientos estéticos como el de Franz Kafka ("si el libro que leemos no nos despierta de un puñetazo en la cara, ¿para qué molestarnos en leerlo?") (1). El colapso es fruto del trabajo del colectivo Les parasites ("Los parásitos"), surgido en 2013 por la asociación de antiguos estudiantes de la parisina EICAR (Escuela Internacional de Creación Audiovisual y Realización), entre ellos los directores Jérémy Bernard, Guillaume Desjardins y Bastien Ughetto, así como la intérprete Roxane Bret, todos presentes en la elaboración de El colapso. "Los parásitos" no solo se han mostrado eficaces en cuestiones técnicas y de guion en diferentes géneros, como la comedia (serie Ferdinand, 2014-19) el terror (Tentative 49, 2013) o la Ciencia ficción (Amour artificiel, 2014), lo que les ha supuesto un buen puñado de premios, sino que además entienden el mismo proceso de producción y distribución como obligado a un mensaje político. De esta manera, priorizan la financiación con contribuciones directas de particulares, vía el portal francés de pagos Tipee, mientras que sus obras son ofrecidas habitualmente gratis en su web, o en otras plataformas como el canal de YouTube del colectivo. Así, aunque El colapso ha conocido distribución en grandes medios, como Canal + Francia, RTVE o Netflix, que han permitido al gran público acceder a ella, su visionado gratuito es sencillo en espacios más alternativos. También han tratado, siguiendo la educación a través del ejemplo, defendida por filósofos como Baltasar Gracián, que el rodaje de la serie sea lo más coherente posible con su mensaje. Como está demostrado y se señala en el guion, si la contaminación es un serio problema para la supervivencia de nuestra especie, en la elaboración de la serie se ha tratado de reducirla al máximo mediante el concepto de "Ecoproducción", evitando productos desechables, apostando por un servicio de comida vegetariano y de origen local, así como por medios colectivos para el traslado del equipo (2). Autenticidad ausente en la creación de otros productos, como la señalada película WALL-E, sobre la cual se ha denunciado la incoherencia de postular un mensaje ecologista acompañado de una campaña publicitaria contaminante, con la producción de muñecos y otros accesorios, que además apela al consumismo que supuestamente se pretende denunciar.
El colapso es una de las mejores obras de Ciencia ficción de los últimos años, aunando elementos que la elevan a obra totalmente verosímil y necesaria. Prueba de ello es la atención que se le ha prestado a raíz de la crisis global desatada en 2020 por el virus SARS-Cov-2 o, en España, por el gran apagón del 28 de abril del 2025. Nuestro mundo da muestras de estar amenazado por las causas, así como sufrir las consecuencias, descritas en la serie. Cuestiones socio-políticas clave están en L'Effondrement: la necesidad de transformar un sistema económico que nos puede llevar al desastre, el evitar peligros como el representado por las centrales nucleares en un entorno de condiciones climáticas extremas, o la obligación de gestionar correctamente las instituciones para que sean capaces de defender a los ciudadanos en un marco de inestabilidad. La obra de arte francesa se suma por la puerta grande a una tradición de la Ciencia ficción que, como hemos visto, puede ser rastreada desde hace décadas. ¿Le haremos caso? La decisión es nuestra, pero lo que demuestra nuestro querido género desde hace mucho tiempo, es que, si finalmente llega el colapso, sí se podía saber.
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(1) BENJAMIN (2003), KAFKA (2018).
(2) WESSBECHER (2019).
—BENJAMIN, W. Das Kunstwerk im Zeitalter seiner technischen Reproduzierbarkeit (1936 en su primera publicación original en el periódico Zeitschrift für Sozialforschung) Hay traducciones al castellano: La obra de arte en época de su reproductividad técnica. Versión completa (traducción de Andrés E. Weikert, 2003) en archive.org:
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