Uno de los debates clásicos entre los historiadores es acerca de la utilidad del género biográfico. Con posturas muy marcadas a lo largo del tiempo, desde la tradicional conservadora de considerar a las "grandes figuras individuales" como motores históricos, hasta la proveniente de la sociología marxista de señalar cualquier papel individual como despreciable a la hora de explicar transformaciones sociales. En la actualidad el consenso se situa en tomar a la biografía, que puede ser de personas corrientes (microhistoria), como útil en tanto en cuanto nos sirva para comprender mejor la sociedad en la que el personaje estudiado se inscribe. Así en las últimas décadas han aparecido biografías imprescindibles y muy recomendables, como la de Julio César por Luciano Canfora (2014), la de Hitler por Ian Kershaw (1990) o la de Franco por Paul Preston (2011), entre muchas otras. Por supuesto al hablar de un género, las obras a tener en cuenta no se circunscriben a un solo formato y el ámbito audiovisual también cuenta con algunas de ellas. The Apprentice, que nos presenta un periodo clave en la vida de Donald Trump, posteriormente a lo narrado presidente de los Estados Unidos, es una. Y es que refleja perfectamente la sociedad de los hechos descritos, la del establecimiento del "turbocapitalismo" consagrado por el gobierno Reagan en la década de los 80 del siglo XX y que en gran medida sigue siendo la nuestra actual. En este sentido Donald Trump, usando terminología historiográfica, no es una de las causas del mundo en el que vivimos, sino una de sus consecuencias. No confundir las primeras con las segundas es uno de los pilares del análisis político.
Por otro lado es muy importante no utilizar conceptos morales para un estudio riguroso. Gabriel Sherman, periodista y guionista de la película, ha afirmado que ésta trata "sobre un ser humano". Cuestión fundamental. Precisamente Kershaw cuenta en la imprescindible introducción a su biografía de Hitler, que este "no era un monstruo". Sus motivaciones eran humanas, así como su devenir personal y político. No debemos considerar a figuras así como ajenas, sino como parte de nosotros e interrogarnos el porqué nuestro sistema recompensa comportamientos del estilo de Trump o Hitler, en vez de considerarlos peligrosos para sí mismos y los demás. El presidente de los Estados Unidos no es un demonio, es una persona que, en aras del bienestar general, no debería haber llegado hasta donde lo ha hecho. Pero su filosofía política es la hegemónica actualmente, lo cual debe hacer que nos interroguemos sobre cual es esta y porqué tiene tanto éxito. The Apprentice da pistas.
En la película es clave la relación entre Donald Trump y su verdadero mentor político, Roy Cohn. Éste es en sí mismo una figura trascendental para entender la segunda mitad del siglo XX estadounidense, siendo por su parte protagonista de biografías como el recomendable documental Cobarde, matón, víctima, La historia de Roy Cohn (Ivy Meeropol, 2019). Cohn demuestra, entre otras cosas, que la aparente modernidad con la que se presentan políticos como Trump, omnipresente en redes sociales o en televisión (el título The Apprentice hace un guiño a un programa de telerrealidad que presentó el futuro presidente) no deja de ser fachada, pues su filosofía es arcaica.
La política de Trump no tiene nada de novedosa y se inscribe en la cultura tradicionalista, representada por derivadas como la del macartismo. Arriba: Ethel y Julius Rosemberg, matrimonio ejecutado en la silla eléctrica con el prominente papel de Cohn en la fiscalía. Abajo: El senador McCarthy (centro) con dos asesores, uno de ellos Roy Cohn (izquierda), en una vista de 1953. Licencia de la imagen: The Regents of the University of California under CC BY 4.0
Cohn fue uno de los más importantes consejeros del senador McCarthy en la cruzada que éste emprendió, contra lo que denominaba "comunismo", concepto que en realidad le servía para atacar a todo tipo de corrientes de pensamiento que le desagradaban, deshumanizando a personas y colectivos que opinaran de manera diferente a él. Una de las derivadas del clima general de paranoia que políticos así establecieron fue el juicio, en el que Cohn actuó como entusiástico fiscal, contra Ethel y Julius Rosemberg, quienes fueron condenados a muerte, sentencia cumplida el 19 de junio de 1953, convirtiéndose en los únicos civiles ejecutados en tiempos de paz en Estados Unidos por espionaje. El proceso fue polémico, plagado de irregularidades como las presiones al hermano de Ethel para lograr una confesión, existiendo además el consenso general de que al menos en el caso de ella no existen pruebas concluyentes de los delitos de los que se les acusó.
Roy Cohn cayó en desgracia como trabajador público con el fin político de su propio maestro McCarthy, quien cada vez fue siendo más violento, impredecible y radical, en parte por un proceso de alcoholismo agudo. Sin embargo Cohn supo reconvertirse en los años 70 en un influyente abogado con base de operaciones en Nueva York, desde donde llevó casos defendiendo eficazmente y de nuevo con métodos cuestionables desde el punto de vista legal, a personas con grandes recursos como magnates financieros, mafiosos o acusados que cumplían con ambos perfiles. La popularidad de la que disfrutó entonces fue aún mayor que en época de su cercanía con McCarthy, siendo el momento en el que entró en contacto con un joven Donald Trump, quien estaba teniendo problemas legales por la forma en la que actuaba administrando los intereses de la compañía familiar que levantó su padre Fred. Ésta se basaba en la especulación inmobiliaria y en la administración de fincas, siendo frecuentes las acusaciones respecto al uso de métodos violentos para cobrar impagos y la discriminación hacia colectivos como el de las personas negras. Trump con la ayuda de Cohn, quien presionó a los acusadores para alcanzar un acuerdo, resolvió la situación y la relación entre ambos se volvió estrecha.
La colaboración de mentor y aprendiz dio un nuevo paso en la década de los 80, años dominados por la filosofía ultracapitalista surgida en la escuela de Chicago e implementada sin tapujos por políticos como el presidente Ronald Reagan, quien estuvo en el cargo entre 1981 y 1989. Sus medidas se basaron en el fomento del sistema crediticio, la bajada generalizada de impuestos directos (especialmente a las grandes fortunas) y una agresiva política exterior orientada a elevar el espíritu patriota, en declive desde la humillante intervención en Vietnam y la crisis del petroleo que dominó gran parte de los 70. Uno de los lemas del presidente fue Let's make Ameriga great again, apropiado por Trump años después para su propia carrera política. En ese contexto, personas con pocos escrúpulos como Trump o Cohn pudieron medrar con facilidad y entre ambos lograron una, de nuevo polémica, victoria: la quita multimillonaria de impuestos que permitió al magnate construir el Hotel Hyatt Grand Central y la famosa Torre Trump, destruyendo de paso en el proceso dos edificios arquitectonicamente importantes, el del Hotel Commodore y el que albergaba la histórica tienda Bonwitt Teller.
Los años de la década de los 70 y 80 son precisamente los que trata The Apprentice y con ellos basta para llegar a una serie de conclusiones fundamentales para comprender nuestro presente, más allá de las anécdotas personales de figuras extravagantes. Como hemos visto, nada es nuevo en Trump. Como discípulo de Cohn, enlaza con el macartismo (agresividad política, falta de escrúpulos empáticos) y como seguidor de la filosofía económica del gobierno de Reagan, bajo el cual medró económicamente, lo hace con una política pública turbocapitalista (ausencia de cortapisas legales para las grandes fortunas, adelgazamiento máximo del estado de bienestar, nacionalismo exacerbado). Cohn resumió su doctrina en tres consejos que dio a Trump: ataca siempre, no reconozcas haber cometido ningún hecho reprobable y pase lo que pase reclama la victoria. Lo cual a su vez se emparenta con la filosofía que marcó (parte) de la ideología del Renacimiento, la representada por (parte) de los trabajos de Maquiavelo, especialmente El príncipe y su ética utilitarista en beneficio del jefe del estado.
Las consecuencias de la política de Reagan están muy bien estudiadas. Pese a las teorías de la escuela de Chicago, el crecimiento perpetuo basado en el crédito y la reducción impositiva (aunque relativa, pues la recaudación indirecta en los estados "adelgazados" es muy alta) es imposible. Los 90 y gran parte de los 2000 fueron tiempos de crisis, que fueron estallando conforme lo hacían las sucesivas burbujas (inmobiliaria, de banca comercial, tecnológica), hasta el punto de que amplios sectores de la población se vieron arrastrados a la pobreza. Los problemas no fueron ajenos a magnates como Trump, como queda reflejado en parte del metraje de la película y se vio así mismo asediado por las deudas contraídas por una serie de inversiones muy agresivas, como las relacionadas con la construcción de varios casinos en Atlantic City. En cierto modo Saturno devoraba a sus hijos, algunos de los cuales por otro lado sufrían serios problemas psicológicos derivados de una atmósfera perjudicial incluso para los próceres y sus vidas personales. Si McCarthy había tenido graves problemas con una de las drogas aceptadas por el sistema, el alcohol, parece que Trump los tuvo con las anfetaminas, muy unidas al mundo de la competitividad sin apenas límites. Mientras tanto Cohn, homosexual no reconocido públicamente, vivió unos últimos años muy duros, roto por la contradicción interna de ser figura prominente de una casta homófoba, y acusado de actividades ilegales en el ejercicio de la abogacía (entre ellas falsificar una herencia), lo que le llevó a perder su licencia poco antes de su muerte, acaecida en 1986 por complicaciones derivadas del Sindrome de Inmundodeficiencia Adquirida (SIDA-AIDS).
A diferencia de Cohn, Trump logró recuperarse, en parte por su proyección pública en emisiones de éxito como el mencionado The Apprentice durante los 2000, programa de telerealidad en el que los ganadores eran contratados por su empresa y que así mismo ha sido objeto de polémicas. Finalmente su popularidad le sirvió para convertirse en una pieza fundamental del Partido Republicano (tras coqueteos con otras fuerzas políticas, incluida la demócrata) y acabar convirtiéndose en presidente del país estadounidense en dos ocasiones (2017 y 2025), mientras crecen los rumores de que busca esquivar el límite constitucional de dos mandatos. Sus medidas generan, como ocurrió en el caso de Reagan o McCarthy, polarización y desprecio por la legalidad. Sin embargo cuentan con un gran apoyo social, por lo que su análisis riguroso es imprescindible. Así mismo lo es la autocrítica de las fuerzas políticas que buscan ser alternativa. Biografías como la expuesta sobre Trump en The Apprentice, así como las de Hitler o Franco, nos hablan también de los errores de sus opositores, e incluso de sus aliados. Por un lado subestimar a estos personajes: el hecho de que sean intelectualmente mediocres no significa que no sean astutos o muy inteligentes para con respecto a su supervivencia y en la búsqueda del éxito a cualquier coste. Por otro lado los llamados políticos tradicionales han fracasado rotundamente, pues al no haber sido capaces (o no haber querido) construir una sociedad cada vez más segura o igualitaria, han alimentado la frustración de la que viven personajes como Trump. Finalmente, no sirve utilizar contra estas figuras sus mismas armas (cinismo, ataque al disidente, violencia) pues si vivimos en un sistema que premia especialmente comportamientos agresivos, personajes populistas y sin escrúpulos como Trump siempre van a estar un paso más adelante en el uso efectivo de estas estrategias. Más allá de cuestiones morales es algo que han olvidado determinadas corrientes que buscan revoluciones violentas, lo que ha sido advertido por historiadores de la talla de Eric Hobsbawm: en el siglo XX practicamente ningún movimiento revolucionario de izquierdas ha sido capaz de deponer violentamente un sistema de democracia liberal. Sin embargo los golpes de estado de derechas sí han demostrado más éxito al respecto. De lo que se trata es de crear un ecosistema social en el que personas como Trump no sean recompensadas con poder, lo cual se logra con un sistema de contrapesos políticos firme, una separación de poderes efectiva, libertad real del ciudadano en lo personal, y garantía absoluta de determinados derechos mínimos (vivienda, alimentación, sanidad, seguridad). Así todos quedamos protegidos, incluso el propio Trump, pues está demostrado que gente como él, preocupada por una constante competitividad, por la aceptación pública y por los ataques que recibe constantemente el que ataca, no es feliz. De nuevo aludiendo a Hitler y Franco, se sabe que tuvieron una vida poco alegre, con una eterna frustración hasta el momento de su muerte. Tenemos que aprender a valorar un egoísmo saludable, a diferencia de lo defendido por McCarthy, Cohn, Reagan y Trump, sabiendo que la felicidad de los demás contribuye a la propia, de modo que un mundo más seguro lo es también más feliz, incluso para los que se creen la propaganda del capitalismo exacerbado. Debemos sustituir a Maquiavelo por Spinoza y al mundo sin reglas (para los de arriba) de Trump por un mundo de protección legislativa, nacional e internacional. Entre otras buenas obras biográficas, The Apprentice nos ayuda a comprenderlo.













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