martes, 28 de abril de 2020

"Soy leyenda" de Matheson y sus versiones cinematográficas. Arte y filosofía (con chorreras) en el análisis fílmico

La comprensión total de una obra artística depende del conocimiento de su entorno social e histórico. Lo maravilloso es que esta afirmación funciona en el sentido contrario: gracias al arte podemos entender mejor la sociedad en la que está inscrito. Todo esto no quiere decir que una película o un libro no puedan ser disfrutados sin saber de historia, ni sin que pidamos algo más de ellos que entretenimiento; incluso podemos recrearnos en las anécdotas de su elaboración, que puede -y así ocurre en numerosos casos- ser de lo más curioso. Pero su comprensión absoluta depende de saber de historia, de filosofía y de política. ¿Piensas que todo eso es un rollo? Pues lo siento, pero es lo que hay. No obstante, a los vaguetes del conocimiento tal vez les consuele saber que en muchos casos los estados y sus organizaciones académicas opinan como ellos. También os digo que así nos va, ya sabéis aquello del mal de muchos. Un ejemplo que me viene a la cabeza -más allá del obvio desconocimiento acerca de las materias señaladas por nuestros políticos- es que en muchos lugares se puede acabar la carrera de Historia del Arte sin cursar ni una sola asignatura de Historia. ¿Saber de Arte sin saber de Historia? Oh, “come on” que diría poniéndome estupendo.

En cualquier caso, no he venido aquí a hablar de mi libro, sino del de otro señor, el genial Richard Matheson (1926-2013). Escritor de novelas, relatos y guiones, fue un adelantado que -junto a otros como Asimov, Pohl o Heinlein, por señalar a algunos- revolucionó el género fantástico en la Ciencia-Ficción en el ámbito anglosajón de los años 50, y por extensión, en gran medida mundial. Algunos de sus textos han sido llevados a la pantalla grande o pequeña de una manera inolvidable: como muestras representativas entre otras, “El increible hombre menguante” (“The Incredible Shrinking Man”, Jack Arnold, 1957), “La leyenda de la casa del infierno” (“The Legend of Hell House”, John Hough, 1973), “El diablo sobre ruedas” (“Duel”, Steven Spielberg, 1971. Sí, aquí empezó la leyenda del Midas contemporáneo, que expesión más manoseada), algunos de los mejores episodios de la televisión en series míticas como Star Trek (“The Enemy Within”) o “La dimensión desconocida” (“Nightmare at 20,000 Feet”); aunque también tiene textos que nunca se trasladaron en imágenes que son brillantes y muy posibles inspiraciones no reconocidas de otras obras (¡ay, “Poltergeist”!, pero eso da para otro artículo). En cualquier caso ya veis que de este hombre se podría decir mucho y bueno, pero el tema que nos ocupa hoy, que está muy relacionado precisamente con la política, la ecología, la filosofía y el arte, es el análisis de una de sus obras más conocidas: “Soy leyenda”, novela de 1954, y de sus versiones cinematográficas que lo gracioso es que -dependiendo cual- pueden decir una cosa y la contraria, respetando o cargándose el mensaje original de Matheson (¡ya te vale, Will Smith!).

Primer edición del libro: obras maestras a 25 centavos. ¿Alguien da más?


“Soy leyenda” es un libro crucial en múltiples niveles. El autor utiliza un arquetipo clásico del mundo gótico, como es el vampiro, para defender la ciencia como forma de comprensión del mundo. Lo desconocido existe, y el interrogante que nos arroja este es crucial en el avance científico. En esta trama hay vampiros, su reino es la noche, reaccionan ante el ajo, espejos e iconografía religiosa. Pero todo tiene una explicación racional, una enfermedad que provoca la transformación física de los afectados y su conversión en monstruos. Aquí la amenaza no es un ente sobrenatural, antes al contrario, su causa y su reino está en la naturaleza, pero hasta que no se conoce como actúa, sus códigos nos devuelven a las pesadillas de una sociedad aún infantil. Es un leitmotiv que volverá con otros parámetros, también magistralmente, en su novela “La casa infernal” (“Hell House”, 1971, trasladada notablemente a la pantalla en la señalada “Leyenda de la casa del infierno”). Todo esto de por sí ya fue un punto de inflexión en el género. En muchas ocasiones se piensa que el momento de presentación del monstruo clásico como infectado, en este caso el zombi, aparece tan recientemente como con la aparición del remake de “El amanecer de los muertos”(“Dawn of the Dead”, Zack Snyder, 2004) y con “28 días después” (“28 Days Later”, Danny Boyle, 2003), pero ya estamos viendo que fue muy anterior gracias al amigo Richal; “y a más a más” que se dice, el propio George A. Romero, popularizador de este tipo de bichejo con la famosísima “Noche de los muertos vivientes” (“Night of the Dead, 1968) reconoció en alguna entrevista que una de sus inspiraciones fue la “Soy Leyenda” de Matheson. Esto es muy interesante no solo por el valor histórico cinematográfico, sino por el hecho también de que aunque Romero en alguna ocasión comentó que en su película no había política, se estaba basando en una obra altamente politizada, algo que aunque sea inconscientemente le imbuyó y a lo que no es inmune ningún autor: el Zeitgeist (mala palabra en estos tiempos en los que es mejor no escupir), es decir, el “espíritu del tiempo”. Por eso es crucial en crítica artística el contexto, porque de lo contrario se corre el peligro de dejarse en el tintero elementos nucleares, que en ocasiones pasan desapercibidos incluso a los propios autores.

Y aunque todo esto mola un montón, aún hay más en “Soy leyenda”, como decimos. Los años 50 en Estados Unidos son una fachada de barrios residenciales y gente cortando el cesped, de supuestamente un plácido reposo del que descansar tras el trauma que supuso la Segunda Guerra Mundial. En realidad, tras esas paredes pintadas y esos jardines hay un mundo de insatisfacción personal -retratado en pelis como la lynchiana “Terciopelo azul” o en la más desconocida pero fabulosa “Revolutionary Road” de Sam Mendes- y de paranoia política dirigida tanto al interior (¡sigamos con el cine, más cine, por favor!: “Siete días de mayo” (Frankenheimer, 1964), o “The manchurian candidate” (1962 por el mismo director) como exterior (“Punto límite de Sidney Lumet en 1964, “La hora final de Stanley Kramer en 1959). Esto fue el caldo de cultivo ideal para que autores de la sensibilidad de Matheson usaran el género de la Ciencia-Ficción (debilidad tengo por el concepto de “novela de anticipación” por todo lo que implica) para avisarnos de nuestra fragilidad como ser humano, de los peligros que nos acechan básicamente por nuestro comportamiento social entre nosotros y ecológico con nuestro entorno. En “Soy leyenda” el patógeno causante del mal se expande con más facilidad debido a las tormentas de polvo causadas por una guerra y además el superviviente protagonista puede ser sustituido por otra especie, algo en lo que no entraré en detalle por no destrozar las sorpresas de la trama. En definitiva: el ser humano no es tan importante y es más frágil de lo que piensa.

Hace poco, debatiendo con un amigo sobre la necesidad -en mi opinión y a la luz de la pandemia actual por coronavirus- de tener un mayor equilibrio con nuestra biosfera y cambiar nuestros modelos productivos más contaminantes, me llamó “ecocristiano”. En realidad, obras como “Soy leyenda” nos demuestran que la tradición más conservadora es aquella que pone al humano como centro de la creación, con un mundo natural enteramente a su disposición y disfrute. Habitualmente la religión, siendo un gran exponente de esto la tradición judeocristiana, ha sido la gran defensora de este concepto del hombre a imagen y semejanza de Dios; sin embargo, la razón y una parte maravillosa del arte como el representado por la obra protagonista de este artículo, están a favor del ecologismo: sin más comprensión, respeto y equilibrio hacia la biosfera, nuestra propia supervivencia está amenazada (efectos especiales de truenos, por favor).

Bueno, pues sabiendo todo esto, ¿cómo se trasladó este libro al cine? Pues empate en Las Gaunas, dos veces bien y dos mal, curiosamente las peores las más recientes (y una de ellas ¡maldito Will Smith! ya en el siglo XXI).


La versión primigenia del libro en el cine. Con los carteles de la época ya estabas un rato leyendo

La primera ocasión en la que el texto se llevo al cine fue en 1964 a través de un tipo clásico, de aquellos que portaban el bigote como solo sabían los galanes de antaño, con su formación en el teatro y su modulación vocal arrebatadora. Me refiero al tito Vincent Price en “El último hombre sobre la Tierra” (“The last man on Earth”, Ragona-Salkow, 1964). Nos encontramos aquí con una producción de bajo presupuesto en la que el propio Richard Matheson estuvo involucrado en el guión (pero, al no quedar del todo satisfecho, firmó como Logan Swanson: -mola mucho, es como si yo en vez de Víctor Deckard firmara esto como Hector Regard-), y que inicialmente se iba a producir por la británica y mítica Hammer, compañía curiosamente famosa por reactualizar, aunque sin abandonar los parámetros sobrenaturales, los monstruos góticos clásicos... con eróticos resultados, que diría Marge. Incluso se barajó Fritz Lang como director. En cualquier caso la censura británica -bastante dura en la época, recordemos las “Nasty Movies”-, estuvo dando el coñazo todo el rato y al final el proyecto recayó en el productor estadounidense Robert L. Lipper, quien hizo lo que muchos han hecho en el mundo del cine y que queda reflejado perfectamentente en la tarantiniana “Once Upon a Time... in Hollywood”: pirarse a Italia a rodar para abaratar costes, “che viva l'Italia, bambini!”. Hay que reconocer que los italianos muchas veces han provocado el cabreo y la risa en el cine, sobre todo B y “más sobre todo” en la explotaition o cine de explotación (¡ay ese Terminator 2 de Bruno Mattei, canela finísima!), pero en la época tenían buenos estudios y gente técnicamente preparada, así que la peli protagonizada por Price cumple, con un ritmo bien llevado y -aún con algunas modificaciones realizadas en la historia, incluido un final no exactamente igual- no traiciona al libro, aunque este se encuentre años luz por delante. De hecho, habitualmente se la considera la adaptación más fiel pero no, porque en la España de los años 60 (han oído bien) ocurrió algo aparte del gol de Marcelino...

¿Que se puede ir a la manifa del 8M, al mitin de VOX o al fútbol? Ya si eso me voy confinando

Gracias al artículo de Alfonso Grueso en su blog “Aburrimiento vital” (se puede ver aquí), he descubierto “Soy leyenda” de Mario Gómez Martín, estudiante de la Escuela Oficial de Cinematografía, y que nos regaló esta joya, un mediometraje de 36 minutos que es la obra fílmica más fiel a la novela de Matheson.  Con estas cosas son con las que uno se enamora del cine, pues Gómez nos demuestra no que con pocos medios, sino practicamente ninguno, se puede llevar fielmente a imágenes una obra de la complejidad de esta, incluido su final, algo que no se ha atrevido a hacer ninguna otra de las aquí señaladas. Fuera de los circuitos comerciales, en un país oprimido por una dictadura, hubo alguien que supo hacerlo y lo hizo, aunque hayamos tenido que esperar mucho para reivindicarlo, gracias al proyecto de la filmoteca española “Doré en casa”, que recupera de su archivo metraje desconocido para el público. Por suerte el gobierno y la censura franquistas estaban preocupados por lo que llegaba a las salas (fundamentalmente se fijaban en las tetas) y no estuvieron encima de este proyecto de final de curso que, por otro lado, seguramente tampoco hubieran entendido. ¿Cuantos tesoros seguirán enterrados? En cualquier caso, una verdadera delicia acercarse a esta versión, no pudiendo dejar de admirar los recursos narrativos y visuales que el director se saca de una chistera en la que no había dinero. Y es que el vil metal muchas veces no es garantía de nada, como demuestran los siguientes ejemplos. Pónganse el cinturón, que por ahí viene Charlton Heston a toda pastilla.


Fotograma de la peli española. Se le olvidó mencionar en los desastres que luego llegó "La isla de las tentaciones"


Es obvio que Charlton Heston no fue el más listo de la clase. No entendió algunas de sus obras, altamente politizadas en una ideología inversa a la suya como “El planeta de los simios” o su secuela. Tampoco le pilló el truco a “Soylent Green”, y tenía claro que la peli de Vincent Price, con quien había coincidido en “Los diez mandamientos”, era un coñazo. Ahí faltaban tortazos y él era la solución. En realidad, a “The Omega Man” -como se tituló esta versión, o "El último hombre vivo" en España- hay que amarla por muchas cosas, basicamente por su desmadre. Aún me recuerdo de niño flipando con el trepidante comienzo, con el Heston prota conduciendo a toda velocidad un descapotable rojo por un Los Ángeles desierto (en realidad es el centro comercial de la ciudad un domingo temprano, los viejos trucos son muchas veces los mejores), con un vestuario inclasificable (la ropa de andar por casa de Charlton es maravillosa, con una especie de chaqueta de terciopelo y ¡chorreras! eso es C-L-A-S-E y lo demás tontás, para vergüenza de un hipster medio) y elementos éticamente muy positivos, como un beso interracial que para muchos historiadores del cine fue el primero en la gran pantalla, aunque en imagenes se adelantó la -en tantas cosas pionera- serie de Star Trek. Sin embargo, aquí ya tenemos un problema serio con el mensaje, que se imbrica claramente con la tradición conservadora del “american way of life”, y por extensión del puritanismo protestante en política exterior: esos cabrones comunistas que me quieren asimilar (los vampiros) no va a poder conmigo, campeón de la libertad y que ofrezco mi sangre por la liberación del mundo (occidental, que es el libre, se sobreentiende y sí, damas y caballeros, las referencias bíblicas se introducen en esta peli con la sutileza de una tuneladora, sobre todo con un final que no voy a describir: véanlo y alucinen pepinillos y -posiblemente- carcajeense con ganas como me pasa a mi).  Eso sí, en cualquier caso y pese a las risas, las conclusiones de esta peli -a diferencia del texto de Matheson- no valen ni para limpiarse los mocos con ellas. Pero, ¿podría ser peor? ¡Claaaro! Siempre puede ser peor (Que sí, que yo te maldigo, Will Smith).

Así se acaba con las pandemias (Heston style)

Eso era estilismo. Y comodidad, en ese pelo se pueden guardar, entre otras cosas, las llaves de casa, las del trastero, las de la moto, las de la taquilla del curro, las de...

Y más clase en época de cuarentena. Así voy yo por casa cuando me quito las chorreras: en pelotas y dándole al whisky (Imagen por James Vaughan en Flickr)


Efectivamente, acabamos con la peor adaptación de “Soy leyenda”, la protagonizada por el rapero Smith (“I am Legend”, Francis Lawrence, 2007) y encima siendo reincidente, porque ya se había sacado la churra antes y meado sobre otra obra cumbre de la Ciencia-Ficción en 2004, con la ignominiosa “Yo, robot” de Alex Proyas (quien en esta ocasión, no en otras, se merece rimas con ese fabuloso apellido). Vamos a ver, déjenme que explique esta ira que me embarga cual banco. Yo entiendo que una adaptación no tiene porqué ser fiel a un libro; de hecho, puede ser hasta contraproducente, y algunas de las mejores pelis simplemente están inspiradas por la obra original. ¿Uno de los máximos exponentes en el género que nos ocupa? pues “Blade Runner”, por citar el que más me gusta. Ahora bien, lo que yo no puedo perdonar nunca es que se transmita un mensaje, ya no diferente, sino diametralmente opuesto al autor primigenio. Por ahí ya no paso, manías que tiene uno. Si Matheson nos avisaba de lo humildes que tenemos que ser para no acabar en el desastre, evitar las crisis previniéndolas y trabajando juntos como sociedad, la cosa esta del Proyas-Smith es lo de siempre: “tranquis, que viene el héroe de los chascarrillos, y disparito por aquí, miradita al microscopio por allá” salva el día y de paso a la humanidad. En su haber un poquito de buena atmósfera al principio, que enseguida se termina por un abuso poco realista de los efectos especiales generados por ordenador. Tampoco tengo mayor problema con las obras de entretenimiento puro y duro, algo necesario en ocasiones. Pero cuando se usa el trabajo de los maestros para pervertirlo, no está de más denunciarlo. El mundo (con esta expresión siempre nos solemos referir a  los humanos, de nuevo el antropocentrismo) solo se  salvará si trabajamos en una sociedad más equilibrada en lo ecológico, como ya avisaba Matheson. Peligros reales nos acechan, como nos advierten las buenas obras artísticas y la situación de pandemia actual, así que aprendamos de ellas y no nos dejemos despistar por fuegos de artificio como el engendro este del 2007. Y encima ni siquiera hay chorreras.

Hasta el póster es artificial a más no poder. ¡Smiiiiiith!

Víctor Deckard

(todas las imágenes están con licencia Creative Commons y son de Wikipedia, salvo que se especifique lo contrario)

domingo, 26 de abril de 2020

Causa y Efecto

Se dice que un efecto es consecuencia de una causa. Ambos: causa-efecto, forman una dualidad elemental. Lo decía Platón.

La causa de hoy es el virus; los efectos muy duros: enfermedad, confinamiento, desolación, sufrimiento y muerte. En otro orden de cosas: crisis social y económica, cambio de hábitos y costumbres, control de poblaciones, limitación de libertad individual, etc. Las consecuencias económicas pueden ser dramáticas a corto plazo. Doctores tiene esa iglesia, aunque con tanto teólogo economista, casi nunca nadie sabe vaticinar nada a ciencia cierta.

El efecto de la pandemia no deja de ser también un elemento de alerta, que ha colocado el foco en el plató de una sociedad ensimismada, y quizá necesitaba una aceleración en el tiempo. ¿Saldremos de esta? Espero que sí. Pero sin duda habrá que realizar una evaluación profunda de cómo funcionan los componentes sociales, económicos y políticos. Sin duda y cuando esto pase su fase más aguda, pediremos cuentas a nuestros gobernantes. En mi opinión muchas. Pero también nos deberemos resetear a nosotros mismos.

Imagen tomada de Wikipedia ("Effect Butterfly") By User:Wikimol, User:Dschwen - Own work based on  CC BY-SA 3.0, 


En lo cercano e individual

En lo mas cercano a nuestro entorno, cambiarán cuestiones tan elementales como las formas de convivencia, de relación con los demás, de nuestros hábitos de compra de bienes y servicios, de transporte: primando el individual y ecológico -como la bicicleta, siendo consciente que éste no será la panacea, pues a todos los sitios no se puede ir en bici, pero sí considerarlo un medio ideal para moverse en las ciudades- de deporte, culturales, de ocio, etc. Las empresas y personas que se dediquen a ello tendrán que readaptarse a unas nuevas demandas.

En lo colectivo

En el plano colectivo o político-social, deberemos exigir a los gobernantes dar prioridad a la ciencia sobre la política, donde primen los criterios científicos y no al revés. También el virus ha enseñado otra forma de hacer mejor las cosas, revisando el modelo informativo público, privado, subvencionado -o ambos a la vez-, reconsiderando la famosa premisa que define el concepto de “información”: “Quién dice qué a quien” añadiendo a esa máxima la pregunta ¿Por qué? La pandemia nos ha dado una lección de cómo se puede manipular el denominado “estado de opinión” hasta la ridiculez, en función del color político y de influencia sobre algunos medios relevantes. O el juego que -para bien y para mal- dan las denominadas “redes sociales”, manipuladas con miles de cuentas de usuarios ficticios, convirtiéndose en los “mass media” de la tergiversación y el engaño, y donde se alimentan bulos estremecedores.

La respuesta que demos a esta crisis sanitaria que se ha convertido en múltiple y que, sin duda, dejará una profunda cicatriz, habrá de ser también múltiple, con cambios no solo económicos, sino también sociales y de comportamiento. El Covid19 ha dejado al aire las vergüenzas de nuestra propia fragilidad y deberemos revisarlo casi todo. Desde la dependencia productiva de China -incluso para fabricación y adquisición de los artículos de protección sanitaria mas elementales, como es una simple mascarilla-, hasta las consecuencias del movimiento de personas y mercancías, fruto de un sistema necesitado de que productos y personas, se muevan planetariamente en un constante frenesí -base del desarrollo de toda pandemia-.

Nuestros ancianos

Otra cuestión importante: La actual estructura en la que se basa la atención y cuidado en residencias para nuestros mayores debe ser revisada. Deberemos valorar la necesidad que éstas sean públicas y gestionadas por los sistemas públicos de salud. ¿Por qué no armonizar un equilibrio, entre la gestión pública de las mismas, con la aportación universal de las pensiones de sus residentes, añadiendo los factores de corrección presupuestaria y económica necesarios, aportados por el Estado, donde se prime el bienestar, la salud y la atención de sus usuarios por encima de los criterios de rentabilidad y especulación que, el actual sistema, mayoritariamente privado, conlleva?

La Unión Europea: también social

Con respecto a la Unión Europea, habrá que revisar lo necesario para evitar -una vez más- que volvamos a asistir al bochornoso espectáculo del “sálvese el que pueda”, armonizando políticas y directrices comunes, donde prime el criterio de solidaridad entre los países miembros. La UE no debe ser solo una Unión económica y de mercaderes, sino también una Unión social que vele por la salud, seguridad y bienestar de las personas de todos y cada uno de sus países miembros por igual. De no ser así, se vislumbran los viejos fantasmas nacionalistas en Europa.

Asimismo será necesario revisar nuestros sistemas de salud, haciéndolos más eficaces, dotándolos de los medios necesarios, humanos y materiales, no solo para mejorar y preservar la salud de las personas en el día a día, sino también para estar preparados y bien dotados, de cara a crisis de salud y pandemias futuras, dando respuestas rápidas y eficaces sin que tengamos que esperar semanas a que nos llegue el material necesario de Asia.

La OMS

En el plano global es necesario apoyar a la OMS -muy al contrario del estúpido planteamiento de Donald Trump- dotándola de recursos y contenidos suficientes, sobre la base de mejorar y potenciar estructuras de salud en las zonas del planeta donde más se necesite. La salud global, también es nuestra salud y por tanto el sistema de salud ha de ser un derecho incuestionable de todo ser humano. En ese sentido, las nuevas tecnologías nos pueden ayudar mucho a ello. La videomedicina, el análisis telemático del paciente, la medicina personalizada, etc, junto con una dotación farmacéutica suficiente, pero controlada, que evite el despilfarro y colapso de cualquier sistema, deberían ser las líneas por donde incidir. En la lucha contra el virus las nuevas tecnologías se han demostrado eficaces. En España, por ejemplo, la receta electrónica se ha demostrado como una herramienta eficaz. Pero hay que incidir más en ello. Las visitas médicas telemáticas evitarían posibles contagios y colapsos en la atención primaria y especializada, y los servicios médicos podrían dedicar mayor atención en el ratio tiempo/paciente en aquellos que requieran una consulta médica presencial. Son algunas cuestiones, pero sin duda serán muchas más las que habrá que revisar.

El futuro

Nadie puede predecir el futuro. Iremos viendo cómo evoluciona el día a día y el sentido común fuerza a no aventurar esa imprevisible vuelta. Hay mucho futurólogo de pasillo, se lo dejo a ellos. Lo cierto es que la vuelta a una cierta normalidad no va a ser fácil, pero una de las las lecciones que nos deja el “efecto” producido por la “causa”, es que habrá que revisar una buena parte de esa “normalidad”.

27 de abril de 2020

Manu Cuenca

jueves, 23 de abril de 2020

El derecho a la alegría (cuarta reflexión viral de una aspirante a filósofa)


Estas reflexiones virales, cuya cuarta entrega estás leyendo, nacieron ante los retos y las perplejidades del confinamiento y se iniciaron sin una estructura preconcebida, pero han ido tomando, casi de manera natural, una forma similar. En cada ocasión ponemos el foco en una falacia generalizada de nuestra manera de ver e interpretar el mundo, cuyos efectos se aprecian en el modo en que estamos encarando, individual y colectivamente, la pandemia y las restricciones impuestas para acotar su propagación. Ser conscientes de la existencia de esos prejuicios interiorizados es el primer paso para cambiar la perspectiva y afrontar el desafío ya no solo con el menor grado de sufrimiento posible, sino incluso con alegría.

Alegría, sí, también en estas circunstancias. El derecho a la alegría es un tema que me ronda por la cabeza desde el comienzo de esta situación y que confieso haber estado tentada de abandonar a medida que se iban multiplicando los afectados por la pandemia, se acumulaban las semanas de cuarentena y comenzaban a flaquear los ánimos. Pero la alegría es un derecho, no un deber. La psicología positiva a lo Mr. Wonderful, si se entiende como una obligación, contribuye a aumentar la frustración de quienes suman a las emociones que consideran negativas —aunque sean humanas, inevitables y necesarias— el sentimiento de culpa por haber incurrido en ellas.

Ante un panorama como el actual, una cierta euforia hiperactiva ha servido —sobre todo en la primera fase del estado de alarma— para intentar ocultar y ocultarse emociones lógicas dadas las circunstancias, como el miedo, el hastío o la tristeza. En esta línea se situarían el histrionismo de balcón o las agendas repletas de videoconferencias y eventos online. Por otro lado, el humor y la creatividad han confirmado su valía como instrumentos que ayudan al ser humano a sobrellevar cualquier adversidad. Sin embargo, parecería obsceno declararse individualmente feliz en una situación colectivamente difícil.

Así, la sociedad —que todos conformamos— nos revela una doble dificultad, aparentemente contradictoria, como si se tratase del síntoma de una neurosis colectiva: por un lado, nos cuesta aceptar y reconocer la existencia de algunas de las llamadas emociones negativas y, por otro, restringimos nuestro derecho a la alegría, supeditándolo al contexto de cada momento. Con respecto a lo primero, hablamos de emociones negativas porque provocan sensaciones desagradables, pero el miedo y la tristeza se consideran también, con demasiada frecuencia, socialmente negativas, dignas de vergüenza. No así la ira, emoción que sí cuenta, por desgracia, con muy buena prensa y que enrarece y crispa la convivencia. Si no estuviese bien valorada, no se explicaría que tantos hagan gala de su rabia en medios de comunicación, foros políticos y redes sociales. Pero ese es otro tema, al que tal vez dedique otra entrega.

En esta ocasión quisiera centrarme en el derecho a la alegría. A la auténtica, no a la máscara que nos ponemos para ocultarle a la galería —y, lo que es peor, a nosotros mismos— el desasosiego que nos invade. Podemos asumir las dificultades, internas y externas, emocionales y vitales, que nos provocan esta pandemia y sus consecuencias en distintos ámbitos. Y, aun con eso —o, precisamente, gracias a eso—, podemos también disfrutar de esta experiencia y recordarla, pasado el tiempo, incluso con cierto cariño o nostalgia.

Ilustración de Dugald Stewart Walker para el libro Dream Boats and Other Stories (https://www.oldbookillustrations.com/illustrations/pipe-songs/)


Soy consciente de que esta idea puede resultar políticamente incorrecta. ¿Cómo hablar de alegría habiendo gente enfermando y muriendo? ¿No es algo inmoral? Desde nuestra cultura judeocristiana —que afecta, como un inconsciente colectivo, a toda la sociedad, incluidos los sectores que se consideran más laicos— no nos permitimos ser felices mientras haya sufrimiento alrededor. Lo malo de esta premisa es que siempre va a haber seres sufriendo. Por lo tanto, nos habríamos negado de un plumazo nada menos que el derecho a la felicidad.

Ser capaz de disfrutar de la vida mientras otros sufren no implica ser indiferente, egoísta ni cruel. ¿No es mejor ayudar o acompañar desde la alegría que desde la conmiseración, la victimización y la pena? ¿No lo preferimos así cuando estamos del otro lado? Es, además, una simplificación falaz dividir a las personas o los grupos entre los que sufren y los que no sufren. Todo ser humano experimenta emociones de todo tipo, tanto en condiciones adversas como cuando todo va aparentemente sobre ruedas. Y todos hemos padecido algún tipo de ansiedad o miedo estos días, como es lógico y normal en una situación de este alcance.

La alegría no se puede ni debe imponer, pero reprimirla en etapas de crisis por un sentimiento de culpa frente a quienes lo están pasando peor no ayuda a esas personas, nos hace un flaco favor a nosotros mismos y no aporta nada al colectivo. Ya lo dijo un sabio en la Antigüedad: «Nada curo llorando y nada empeoraré si me afano en gozar de la alegría»*.

No tiene sentido cargar con el peso del sufrimiento universal sobre nuestras espaldas. Y, puestos a asumir como propio el destino global, ¿por qué no atender a la otra cara de la moneda, a toda la bondad y la belleza que se está manifestando en este mismo instante en tantos lugares que nunca alcanzaremos a conocer? Como dijo hermosamente Facundo Cabral, «que no te confundan unos pocos homicidas y suicidas, el bien es mayoría, pero no se nota porque es silencioso. Una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que destruye hay millones de caricias que alimenta la vida». La vida es mucho más halagüeña que lo que muestran los telediarios.

Para concluir, me despido con un fragmento del poema de Carmen Martín Gaite «Mi ración de alegría», cuyas palabras hago mías:

Defiendo la alegría,
la precaria, amenazada,
difícil alegría,
al raso, limpia, en cueros,
mi ración de alegría.

No me arrastréis al pozo
de las verdes culebras.

No os arrojo a la cara mi alegría,
os la tiendo tan solo
como una débil luz, como una mano.

[…]

No me la reprochéis ni adobéis de negrura
como un reducto inmundo, segregado;
ved que no la defienden
ni pinchos ni alambradas
y que podéis pasar aquí conmigo
al sol.

En estos tiempos en los que se nos ha vetado el sol al aire libre, el del monte, la playa, las calles, las plazas, los parques y las terrazas, no nos neguemos también ese otro sol interno. Está a nuestra disposición y tiene el poder de alumbrar incluso los días más nublados.

Una podcalipster aspirante a filósofa
(Twitter: @Filoaspirante)


* Agradezco la cita a Manuel Cuenca.

martes, 21 de abril de 2020

MARTIAN GO HOME: EL RECOPILATORIO DEFINITIVO DE UFO-POP QUE NADIE HABÍA PEDIDO



01 - ESG - UFO
(ESG [EP], 1981)

ESG se formaron a finales de los años 70 en el barrio del Bronx alrededor de tres hermanas alentadas por su padre que quería evitar que se metiesen en líos.

Debutaron poco después con el EP homónimo que contiene este inclasificable y obsesivo instrumental.

En 1983 publicaron su primer larga duración, “Come Away With ESG”, uno de los discos más fascinantes e inclasificables de la década.





02 - PIXIES - THE HAPPENING
(Bossanova, 1990)

Black Francis (luego Frank Black), líder y cantante de Pixies, mostró a menudo en sus canciones su interés por todo lo lunático, así que era de cajón que le dedicara alguna que otra al fenómeno OVNI, en este caso al popular Área 51.



03 - BLUE ÖYSTER CULT - E.T.I. (EXTRA TERRESTRIAL INTELLIGENCE)
(Agents of Fortune, 1976)

El Culto de la Ostra Azul fue una de las bandas de hard-rock setentero que no alcanzó la popularidad que merecían.

“Agents of Fortune” es el álbum más famoso por contener “Don’t Fear The Reaper”, su canción más popular y radiada. Pero otra de sus joyas es esta melodía, más cercana al pop, en lo que parece un homenaje a John Keel y sus Hombres de Negro (Three men in black said, "Don't report this").



04 - SUFJAN STEVENS - CONCERNING THE UFO SIGHTING NEAR HIGHLAND, IL
(Illinois, 2005)

Sufjan Stevens alcanzó la gloria con su monumental obra “Illinois”, un extenso y ecléctico álbum formado por canciones sobre multitud de referencias culturales e históricas del citado estado de EE.UU.

En esta miniatura musical recoge un famoso avistamiento de un gran objeto triangular que sobrevoló varias ciudades del estado de Illinois en enero de 2000, y del que hubo numerosos testigos, entre ellos cinco policías de servicio.



05 - GRAHAM PARKER - WAITING FOR THE UFOS
(Squeezing Out Sparks, 1979)

Graham Parker, solo o con su banda The Rumor, estuvo en el pelotón esencial de la New Wave británica junto a Elvis Costello, Joe Jackson y Nick Lowe. En su obra maestra “Squeezing Out Sparks”, Parker nos deleita con una sarcástica visión del fenómeno OVNI, apoyada por un estribillo imposible de borrar (artificialmente) de nuestras mentes.




06 - PARLIAMENT - UNFUNKY UFO
(Mothership Connection, 1975)

Lo de George Clinton es ya de por sí de Otro Mundo. Desde finales de los sesenta y a través de los setenta publicó multitud de discos con dos bandas paralelas: Funkadelic, más escorada al funk-rock, y Parliament, auténtico Cosmic Funk.

Las referencias en su música, portadas, estilismo, etc., a la ciencia ficción eran tan abundantes que incluso en sus espectáculos en vivo descendía de una nave espacial (de atrezzo, obviamente).



07 - JONATHAN RICHMAN & THE MODERN LOVERS - HERE COME THE MARTIAN MARTIANS
(Jonathan Richman & The Modern Lovers, 1977)

Se puede decir sin exagerar que Jonathan Richman fue uno de los pocos auténticos padrinos del punk. De ello queda constancia en su primer álbum como The Modern Lovers, grabado por John Cale en 1973, una obra maestra que no pudo publicarse hasta 3 años después, justo cuando empezaba a bullir el punk en Londres y Nueva York.

Afortunadamente, ese comienzo poco prometedor, en cuanto a impacto mediático, tuvo continuidad con una obra casi igual de genial y con mucho, mucho sentido del humor (a la letra me remito).



08 - THE BYRDS - MR. SPACEMAN
(Fifth Dimension, 1966)

La producción de The Byrds en apenas 4 años los situó rápidamente entre los más grandes de la Costa Oeste de EE.UU. junto a The Beach Boys y The Doors.

“Fifth Dimension” incluía también “Eight Miles High”, canción que siempre se consideró algo así como un himno a los Estados Alterados, cuando la realidad era más prosaica, ya que simplemente describía un viaje en avión.

Uno de sus coautores, Roger McGuinn, compuso en solitario este entrañable encuentro pop con un ser de otro mundo.



09 - RAMONES - ZERO ZERO UFO
(Brain Drain, 1989)

En el ocaso de su carrera, Ramones tuvieron el detalle de dedicarle una de sus anfetamínicas y certeras melodías al tema ufológico-espacial.




10 - PINK FLOYD - LET THERE BE MORE LIGHT
(A Saucerful of Secrets, 1968)

Tras el debut de Pink Floyd en 1967 con “The Piper at the Gates of Dawn”, Syd Barrett, alrededor de cuyo irrepetible talento se gestó el álbum, fue apartado de la formación por su chiflado comportamiento.

Aún faltaban unos años para “Dark Side of the Moon” y todo lo que vendría después, pero en su segundo disco, ya sin Barrett, se metieron de lleno una vez más en la psicodelia más hipnótica repleta de referencias a la ciencia ficción, narrando el descenso de una nave y su posterior contacto con la raza humana.




11 - ELTON JOHN  I’VE SEEN THE SAUCERS
(Caribou, 1974)

Elton John estaba a punto de terminar su época dorada, la primera mitad de los setenta, antes de convertirse en el peluche oficial del British Pop. Mientras tanto, tuvo tiempo de aportar su elegancia melódica a la letra de Bernie Taupin sobre avistamientos en el cielo.




12 - SKER  - BOOKS ABOUT UFOS
(New Day Rising, 1985)

En los ochenta surgieron en EE.UU., entre otras muchas, cuatro bandas imprescindibles de rock alternativo (aunque ese término todavía no se usaba): REM, Sonic Youth, Pixies y Hüsker Dü.

Su estilo podría definirse como hardcore melódico, aunque aquí se vuelven algo más pop para narrar esta tierna, pero también triste, historia de una joven que pasaba demasiado tiempo leyendo “Libros Sobre OVNIS”.




13 - CREEDENCE CLEARWATER REVIVAL - IT CAME OUT OF THE SKY
(Willy and the Poor Boys, 1969)

Banda seminal estadounidense que aportó en un tiempo récord una cantidad ingente de clásicos instantáneos. John Fogerty nos canta la divertida historia campestre (cómo no) de Jody, un tractorista que presencia el aterrizaje de algo muy, muy extraño, lo que acaba por desencadenar las más delirantes reacciones en medio mundo.



14 - PIXIES - MOTORWAY TO ROSWELL
(Trompe le Monde, 1991)

De nuevo Pixies, ahora camino a Roswell. De nuevo otro artefacto de melodía perfecta para narrar otra historia clásica de la cultura Pop ufológica.




15 - STEVE HILLAGE - LIGHT IN THE SKY
(Motivation Radio, 1977)

Esta canción la descubrí hace bien poco, pero me cautivó su rollo ledzeppeliano y el estribillo “Oh me oh my there's a light in the sky” cantado por una juguetona voz femenina.




16 - RY COODER & JULIETTE COMMAGERE - EL U.F.O. CAYÓ
(Chavez Ravine, 2005)

UFO Crash y denuncia social fronteriza. Hipnótica.


Dani Vigo, el cinéfago podcalipstero